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Cultivar diseño: un cambio de paradigma en el diseño industrial

Cultivar diseño: un cambio de paradigma en el diseño industrial

¿Surgen nuevas formas en el diseño industrial a partir de organismos vivos?

Tradicionalmente, el rol del diseñador consistía en definir forma y material para crear productos duraderos, casi inmortalizados en el tiempo. Con el aumento de la conciencia ambiental, surgió una nueva etapa de diseño: producir con materiales reciclados para minimizar residuos. Luego, con la llegada de los materiales biodegradables, nuevas transformaciones surgieron. 

Hoy, un nuevo paradigma está revolucionando el diseño: trabajar con organismos vivos. Esto implica trabajar con materiales con ritmos, metabolismos e improntas únicas que transforman no solo lo que usamos, sino también cómo lo creamos. Esta innovación llega para desafiar las reglas clásicas del diseño industrial.

Materiales biofabricados: una nueva era para el diseño. 

En los últimos años, los materiales biofabricados comenzaron a ganar terreno en el mundo del arte y el diseño contemporáneo. Cultivados a partir de organismos vivos, estos no solo son biodegradables, sino que, además, introducen una lógica completamente nueva en el proceso creativo.

Esto implica un cambio profundo en la forma de crear y en el rol del diseñador: ahora pasa de ser un simple modelador de formas para convertirse en un facilitador de procesos biológicos.

Dentro de este universo, uno de los materiales más prometedores y nombrados es el micelio, la red subterránea de los hongos. Funciona como aglutinador natural y es capaz de crecer dentro de moldes específicos alimentándose de desechos orgánicos. Su uso no se limita a la funcionalidad y, por eso, diseñadores y artistas lo emplean para desarrollar esculturas, prendas, calzado, muebles y más. 

La biofabricación con micelio no solo propone nuevas estéticas y metodologías, sino que responde a una necesidad urgente: reemplazar los materiales contaminantes como el plástico por alternativas vivas y compostables.

Hoy el  futuro del diseño —y del planeta— no se fabrica, se cultiva. 

Qué implica diseñar con organismos vivos

Los materiales inertes responden a la manipulación directa: moldear, cortar y ensamblar. Pero no sucede lo mismo con los organismos vivos que crecen, cambian, se desarrollan, requiriendo una nueva lógica de diseño.

Trabajar con seres vivos —como el micelio— exige aceptar un conjunto de condiciones que hoy ya forman parte de los nuevos manuales del diseño industrial. 

Las expectativas sobre el producto final se amplían, y los procesos para alcanzarlo solo pueden darse bajo ciertas normas. 

En el caso del micelio, por ejemplo, se requiere mantener una temperatura constante entre 18 y 28 °C, asegurar un ambiente húmedo, oscuro y bien oxigenado, entre otras. Cualquier variación en estas condiciones puede alterar el crecimiento, la textura o incluso el color del material.

Todo esto transforma por completo la lógica tradicional de producción. El micelio no se adapta al ritmo acelerado de una línea de montaje ya que impone el suyo. Y lo más desafiante es que ahora no hay dos objetos iguales porque el micelio nunca se comporta dos veces de la misma forma. Surge de ese modo un nuevo lenguaje estético y una mirada distinta sobre la uniformidad con variabilidad que ya no es defecto, sino identidad.

Diseñar con organismos vivos implica cambiar de rol. El diseñador deja de ser quien impone una forma sobre la materia, para convertirse en quien crea las condiciones propicias para que algo crezca. Sí, diseña el objeto, pero también el ambiente. Y aprende a incorporar lo imprevisible como parte esencial del proceso.

Decisiones clave del diseñador en la biofabricacion con micelio 

El diseño con micelio comienza mucho antes de la construcción del objeto, partiendo de la premisa de que ningún proceso es igual a otro. Sin embargo, todo arranca con una pregunta clave: ¿qué funcionalidad y durabilidad buscamos para el objeto?

A partir de esa definición, se toman decisiones claves que impactan directamente en el diseño final: 

  1. La forma se ajusta a las limitaciones propias del material vivo, lo que determina cómo se diseñan los moldes para el cultivo. 
  2. Se elige el sustrato, que son los restos vegetales que alimentan al hongo y que definen características como la firmeza, el peso y la textura del objeto, siempre en función del diseño y la funcionalidad deseada. 
  3. Se establecen las condiciones ambientales para el crecimiento, que influyen en la rigidez, apariencia y textura del producto terminado.

Con estos parámetros claros, se realizan pruebas conscientes de que ningún producto sera igual a otro: la forma se respeta y la funcionalidad se mantiene, pero la naturaleza imprime su propia impronta, generando variaciones que no son defectos, sino parte de la autenticidad de cada pieza.

Amigarse con lo impredecible: un nuevo enfoque en diseño industrial

Trabajar con un organismo vivo implica soltar el control. Aunque la industria tradicional podría ver esto como una falla, tenemos que entender que, en realidad, es parte del carácter de estos nuevos materiales: su imprevisibilidad aporta autenticidad. 

Es posible que un mismo molde dé resultados distintos cada vez, incluso cuando se repiten exactamente las mismas condiciones. Esto no le resta valor, por el contrario, introduce una estética del cambio, que invita a replantear nuestra manera de entender el diseño. 

Aceptar lo impredecible como parte del diseño es clave para nosotros en MOSH. 

Trabajamos con micelio —una materia viva— y eso significa que cada objeto lleva la impronta única de la naturaleza. Esa variabilidad no es un error: es lo que hace que cada pieza sea especial.

El ciclo responsable: pensando mas alla del objeto

A diferencia de materiales sintéticos que tardan siglos en degradarse, los productos biofabricados con micelio vuelven al suelo sin dejar residuos tóxicos. Por eso, la visión del diseñador que trabaja con estos materiales y apuesta por recursos regenerativos se extiende más allá de lo que crea, pensando también en el “después”.

Considerar el final como parte del ciclo amplía el proceso creativo del diseño, aceptando que lo útil no siempre tiene que ser permanente.  Los objetos pueden ser —y son— más valiosos aunque no estén pensados para durar eternamente; eso es justamente lo que les aporta un valor agregado e invaluable.

El verdadero desafío está en entender que no todo tiene que ser eterno. Todo cumple su función, inevitablemente pasa de moda o deja de ser útil, pero muchas veces el producto sigue ahí, ocupando espacio y dejando huella.

Desde MOSH, nuestro objetivo es que ese ciclo se complete cuando el producto ya no sea necesario, y que entonces pueda regresar a la tierra sin dejar rastros permanentes, cerrando así un ciclo responsable y consciente.